lunes, 25 de agosto de 2025

Media parte de mi

Mis labios sobre su cadera, recorriendo cada centímetro de su piel, hicieron que sus agitados pechos comenzaran a moverse, espasmo a espasmo; cada beso, poco a poquito, provocaba una corriente magnética en ella. Sus dedos, temblorosos pero firmes, buscaron mi nuca, como si quisieran guiarme a perderme aún más en ese territorio prohibido, donde el calor de su piel marcaba el compás de nuestra respiración contenida.

Sus ojos, perdidos en la nada, pegados al techo, acusaban un placer atochado tras sus pupilas, mientras mordía sus labios pidiendo más y más. Mis manos sobre su cuello, apretando con firmeza, eran parte de este rito pagano, de este placer de a dos. Su espalda se arqueó como si quisiera escapar del suelo, pero en realidad solo buscaba acercarse más, entregándose sin palabras, mientras cada latido compartido sonaba como un tambor secreto, anunciando que nada volvería a ser igual.

Un pequeño gemido cortó el silencio, mientras ella cubría su boca con rapidez. Qué dueto de serpientes más hermoso: el de sus piernas atrapando mi espalda y mis labios sobre su vientre desnudo, mordiendo sutilmente la blanca piel. “No sabes cuánto te amo y deseo, mi diosa” —susurré con placer. Sus uñas dejaron un rastro ardiente en mi espalda, como si quisieran firmar cada segundo de este instante, y su cuerpo respondió con un estremecimiento lento, delicioso, que convirtió el aire en pura electricidad.

Me tomó por las mejillas con ambas manos, guiándome a sus labios, donde, fundidos en un beso inmortal, cerramos los ojos un momento; y, por ese instante, tú y yo: fuimos uno.

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