Venus
en su altar de condenadas pasiones fue cómplice de esta situación.
El
odo crepuscular propicio estas acciones.
El
maná que soslaya el pavimento llegó como feromonas a sus receptos, más su culpa
fue.
¿A
quién quiero engañar? ¡Él deseó esto!
El
aire que se escapa de sus labios al besar, sus movimientos serpenteantes, su
tersa piel girando en ese vaivén hipnótico.
La
deseo… la deseo….
Sus
ojos en sus ojos. Sus labios en los suyos. Sus latidos a toda marcha,
acoplándose uno al otro.
Sus
manos aferrando sus caderas, guiadas por Asmodeo a recorrer el claro vergel de
su cuerpo, gota a gota, piel a piel, todo es una invitación, todo es un
banquete. Ven viajero; te invito a beber de esta copa; que es un néctar único,
una ambrosía divina, un gemido entre ladrillos.
Aferró
sus manos para impedir que huyera. Solo para fundir sus deseos en ella.
Dios…
esos ecos de medianoche, esos gritos de emoción, ese estruendo a los sentidos,
ese relámpago de esplendor.
Cuando
Peito guardo silencio y el delirio comenzó a surgir; el Dragón y la Serpiente
honraron el pacto y devoraron el uno del otro. Su antifaz de penumbra brilló
como opales pulidos.
Más
ahora el silencio se hace presente…. Y eso es todo… silencio….
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