Luces bajas, buena música, poca gente; es extraño ver un
restaurant capitalino que sea tan perfecto en estos días. Los camareros
moviéndose de un sitio a otro inquietos, posiblemente preocupados de sus
puestos al tener tan poca concurrencia. El jazz, mi amado jazz rebotando en
cada pared y entrando lentamente en cada uno de mis poros: la noche perfecta,
la noche ideal.
Sé que no nos vimos esta tarde, pero ella prometió esta
noche para mí, al mismo tiempo ambos decidimos que sería una cita diferente a
todas, así que llevo traje formal: Dios, debo estar muy enamorado. Rió.
Eh llegado 30 minutos antes para reconocer el lugar,
memorizar los platillos y sobornar al gerente para que la música de jazz toque
toda la noche ( oh claro, el tiempo que precisemos). Me pregunto a cada minuto
que haré, el porque estoy aquí, lo que espero, lo que de verdad deseo, mil
preguntas bajan por mi mente turbulentamente como un río que termina en una
cascada. Aunque simplemente mis pensamientos solo se vuelcan en visualizarla,
deseo verla, deseo verla.
Por fin solo opto por sentarme en la mesa que elegí e
intentar no preocuparme, simplemente estar dispuesto a todo lo que vaya a
ocurrir. Y sin esperar; unos suaves dedos cubre mis ojos, todo mientras uno
labios se acerca muy lentamente a mi oído y susurra armónicamente “¿pensando en la luna? No alcance a
formular mi respuesta cuando sus dedos se deslizaron por mi rostro, pasando por
mi cuello y hombros, dejándome ver a la bella deidad que sería mi compañera esta
velada. Un vestido rojo apegado a su bella figura; dejando expuesto los hombros
y su hermoso cuello. Su cabello suelto, como si tuviese vida propia se mueve al
compás de sus pasos. Dios… que bella figura, que hermoso espectáculo, aun así
todo opacado por esa hermosa sonrisa; esos labios de rojo carmesí, hipnóticos
con cada movimiento. Tal cual como si la belleza se pintara con ellos. Una
mirada firme y cálida; como el desierto al atardecer.
“Más bien pensaba en
la Luna de Plata” dije sonriendo. Su
mirada de felicidad indicaba la aceptación de mi invitación.
Hablamos de trivialidades durante la cena, amores perdidos y
olvidados, futuros, deseos, anhelos y sobre nosotros. Al llegar a este último
punto, sus mejillas tomaron un color rojo vivas que me hizo creer que aun ella
no podía entender que estuviésemos juntos. Incluso para mí era como un sueño
saber que después de años este fuese el resultado. Estire un poco mi mano,
tocando la de ella, acariciándola lentamente mientras miraba fijamente a sus
ojos. No dijimos palabra alguna nada de lo que pasaría estaba planeado, pero
aun así ambos sabíamos y deseábamos que ocurriese.
Caminamos un largo trecho hasta llegar a mi hotel, no dijimos
palabra alguna, no nos dirigimos ni una sola mirada; todo era movimiento
memorizados y puestos en marcha. Abrí la puerta de mi habitación y la mire por
primera vez desde que salimos del restaurant, sus ojos brillaban mientras su
cara colorada me decía mucho mas.
Ella se sentó en el borde de mi cama; enseñándome la
espalda. Cerré la puerta y puse las luces en un tono más opaco como si casi
estuvieran apagadas, me acerque a la ventana y abrí las cortinas, dejando que
la luz lunar iluminase todo, iluminando esa fina espalda; a la cual lleve mis
manos y suavemente comencé a acariciar con la yema de mis dedos. Su piel era
tan tersa y fina, cerré los ojos y aprendí a deleitarme con el tacto de mis
dedos, cada milímetro de su piel era una invitación a más y más. Sonreí al
sentir tanto en mi y lleve a sus hombros mis labios y con ellos mis besos. Su cálida
piel se dejo amar sin prejuicio alguno. Ella con sus manos libres tomo mi
rostro y lo guió a sus labios: de los cuales estoy enamorado.
No recuerdo cuantas horas nos besamos, pero si todo lo que
hicimos entre beso y beso. Recuerdo claramente como se puso de pie frente a mí
y dejo deslizar suavemente su vestido; dejándolo caer al suelo, recuerdo
claramente como sus dedos acariciaban mi rostro y bajaban por mi pecho. Como es
que deje que mis prendas desaparecieron al igual que las de ella y nos
acercamos al punto de que sus latidos fueron mis latidos.
Recuerdo el hipnótico vaivén de su cadera sobre la mía, el
cómo sus pechos aliviaban mi sed y el calor de su piel; el ardor de su piel.
Recuerdo el sabor de la Luna de Plata en la punta de mi lengua. No consigo
cerrar los ojos y no pensar en el momento en que ella y yo fuimos solo uno; en el
cómo nos amamos suavemente con la luz lunar. Su beso espectral pegado en mis
labios.
Hoy pasos las noches mirando la luna y pensando en ella.
Hoy pasos mi noche diciendo en voz baja tu nombre inmortal:
Accassia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario